Nunca antes había percibido tanto dolor, tanta frustración en una compañera de trabajo. Observé que venía cabizbaja, acongojada, angustiada. Me miró con suplica e irritación. No era el momento para hablar con ella, no era el instante para cuestionar o reflexionar. Me di cuenta que sólo necesitaba ser acompañada, escuchada y comprendida.
Jazmín, profesora de lengua inglesa, había tenido un conflicto en la clase.
“En la universidad no me prepararon para esta experiencia, jamás me dijeron que en las aulas tendría adolescentes alcohólicos y drogadictos. Me siento sin fuerzas para continuar, estoy destrozada. Cada vez que voy a la sala de este curso, siento malestares físicos y angustia… pues no sé con qué sorpresa me encontraré.
Estos estudiantes son desafiantes, insensibles e irrespetuosos cuando te declaran: ‘Enséñame si es que puedes’, y peor aún cuando exteriorizan: ‘A ver si logras que aprenda cuando yo no quiero aprender.’ Ya no tengo recursos para motivarlos, si lo único que quieren es vivir en su egocéntrico mundo, en su narcisista existencia. No escuchan a nadie, ni siquiera a ellos mismos. En ocasiones siento ganas de gritarles, zamarrearlos para que despierten y vuelvan a la realidad.
Siento que no tengo apoyo de nadie, ni los padres ni las autoridades se apropian de sus responsabilidades. Este sistema cada vez divulga más derechos y menos deberes para los jóvenes, si hay algunos que se creen con el derecho de mantenerse ignorante y que las clases deben ser light y sin exigencias de ninguna índole…”
Es evidente que la profesora está “dañada”, no quiero explicarla o que alguien eluda su responsabilidad; no obstante, de vez en cuando, la crítica se centra exclusivamente en el profesor como único responsable de la decadencia del sistema escolar sin valorar otras variables pertinentes. Además, debemos reconocer que es más habitual encontrarse en las aulas con estudiantes consumidores de alcohol y drogas. Ni los profesores ni las escuelas están preparados para interactuar con individuos que están evidenciando un deterioro progresivo de sus facultades humanas. Los modelos de aprendizajes educativos no consideran este destinatario.
Esta experiencia me hizo reflexionar sobre el flagelo del consumo de alcohol y drogas en los niños y adolescentes de nuestra cultura.
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