noviembre 11, 2007

El elefante y la estaca





A través del tiempo y las culturas, los elefantes son personajes predilectos en nuestras narraciones. Admiro la fuerza, el volumen y las costumbres que poseen. Su denominación científica es Elephantidae, se dice que tienen una buena memoria y son capaces de reconocer los cadáveres de su misma especie, e incluso, aquellos que han sido miembros de su manada, su sonido característico se denomina barrito; actualmente solo quedan tres tipos de especies que habitan en dos continentes.

Hace tiempo llegó a mis manos este relato que comparto contigo ahora y espero que su narración sea tan reveladora como lo fue para mí. Suele suceder que nos comportemos como el elefante del relato: vivimos atados a estacas, creencias que limitan y distorsionan nuestra identidad. He escuchados más de una vez decir a un estudiante: “No puedo aprender este contenido”, “No soy capaz”. Han registrado en la memoria un fracaso ocasional que se ha eternizado en sus mentes. Aprendamos a vivir en libertad, que las “estacas” que nos imponen o imponemos no nos impidan recordar a cada instante nuestra identidad, nuestra esencia.

Disfruta la lectura y recréate en ella.

“Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales.

También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿qué lo mantiene entonces?, ¿por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté, entonces, a algún maestro, a algún padre, o algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado… ¿por qué lo encadenan?

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

‘El elefante de circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño.’

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguía…

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal acepto su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que NO PUEDE.

El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.

Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…”

(Que me disculpe el autor/a pero lo he olvidado, por eso no lo menciono)







noviembre 01, 2007

Libro de Clases










Scarlett era la responsable de extraer, en dos oportunidades, las hojas del “Libro de Clases”. La investigación había finalizado. Ella, adolescente de 14 años que cursa el primer año medio, al ser descubierta; reconoció el acto.

Cuando nos percatamos que faltaban hojas de calificaciones y registros de la clase en el “Libro” del curso; nos inquietamos, nos preguntábamos cómo pudo ocurrir. Hubo voces que cuestionaron al profesor/a que custodiaba en ese instante el “Libro de clases”, pues es él/ella quien lo utiliza para registrar asistencia, notas y los aprendizajes de la clase y los/as alumnos/as no pueden acceder a él.

Se conocieron los motivos y las circunstancias del hecho. Fue así que me enteré, que en mi clase había ocurrido uno de los acontecimientos. Estupor y perplejidad fue mi primera reacción, por primera vez en mis años de experiencia docente que me sucede un hecho así; aunque no es un caso aislado, pues ha ocurrido otras veces. Incluso hace unos meses atrás a una profesora le sustrajeron el “Libro” desde la sala de clases y apareció al día siguiente en el baño de alumnos. La docente término mal, pues hubo voces que la encontraban a ella como responsable y no a los alumnos que habían incurrido en el hecho.

Es una evidencia que esta generación de estudiantes es muy diferente a otras antiguas generaciones. Recuerdo que cuando niño corríamos a saludar a los pasajeros del tren cada vez que pasaba por el barrio: nos uníamos, público y viajeros, en ademanes de bienvenidas. Ahora “los niños” compiten por ser los primeros en tirar piedras al tren. En pocos años “mi mundo” cambió una enormidad. ¿Cómo?... ¿Por qué?... ¿Cuándo?...

- ¿Por qué?- pregunté
- Tengo malas notas.
- ¿Cómo lo hiciste?
- Cuando Ud. fue a responder las dudas de mis compañeras, tuve la oportunidad de sacar las hojas del libro.- respondió.
- Yo confiaba en ti…
- Pero profe yo no saqué las hojas de su asignatura. Yo lo quiero a Ud.


Siento mi alma en un hilo al ver actos estúpidos en estudiantes, y a la vez, una sociedad que “explícitamente” les brinda conocimientos y tecnologías al alcance de sus manos e “implícitamente” los corrompe con entornos insanos.

En ocasiones, cuando estoy con los/as escolares, me he preguntado si soy un gendarme o un docente. Hay estudiantes que sienten una apatía por el “curriculum académico”, su infancia y juventud carecen de entornos nutritivos. Ellos/as requieren que la educación responda otras necesidades que la humanidad demanda que desarrollen, tales como: socialización, resiliencia, vida sana e inteligencia emocional.

Es importante que exista confianza entre profesor/a-alumno/a si queremos lograr un aprendizaje vital. Sé que tengo que re-construir la confianza con Scarlett, pues continúa como alumna en el curso. Y me alegra este hecho, ya que nos puede permitir encontrar otros senderos para superar el conflicto.

Esta experiencia reforzó en mí un aprendizaje vital que vivencié este año con otro “niño”: como profe y/o adulto tengo la responsabilidad de “vivir feliz”, íntimamente y comunitariamente.

Estaba con el progenitor, conversando acerca de las actitudes agresivas e inadaptadas del alumno, y cuando el papá intentó expresar una amonestación, el muchacho le increpó:

- “No tienes nada que decirme. No tienes moral… Eres un narcotraficante… Te ganas la vida vendiendo drogas…”