Scarlett era la responsable de extraer, en dos oportunidades, las hojas del “Libro de Clases”. La investigación había finalizado. Ella, adolescente de 14 años que cursa el primer año medio, al ser descubierta; reconoció el acto.
Cuando nos percatamos que faltaban hojas de calificaciones y registros de la clase en el “Libro” del curso; nos inquietamos, nos preguntábamos cómo pudo ocurrir. Hubo voces que cuestionaron al profesor/a que custodiaba en ese instante el “Libro de clases”, pues es él/ella quien lo utiliza para registrar asistencia, notas y los aprendizajes de la clase y los/as alumnos/as no pueden acceder a él.
Se conocieron los motivos y las circunstancias del hecho. Fue así que me enteré, que en mi clase había ocurrido uno de los acontecimientos. Estupor y perplejidad fue mi primera reacción, por primera vez en mis años de experiencia docente que me sucede un hecho así; aunque no es un caso aislado, pues ha ocurrido otras veces. Incluso hace unos meses atrás a una profesora le sustrajeron el “Libro” desde la sala de clases y apareció al día siguiente en el baño de alumnos. La docente término mal, pues hubo voces que la encontraban a ella como responsable y no a los alumnos que habían incurrido en el hecho.
Es una evidencia que esta generación de estudiantes es muy diferente a otras antiguas generaciones. Recuerdo que cuando niño corríamos a saludar a los pasajeros del tren cada vez que pasaba por el barrio: nos uníamos, público y viajeros, en ademanes de bienvenidas. Ahora “los niños” compiten por ser los primeros en tirar piedras al tren. En pocos años “mi mundo” cambió una enormidad. ¿Cómo?... ¿Por qué?... ¿Cuándo?...
- ¿Por qué?- pregunté
- Tengo malas notas.
- ¿Cómo lo hiciste?
- Cuando Ud. fue a responder las dudas de mis compañeras, tuve la oportunidad de sacar las hojas del libro.- respondió.
- Yo confiaba en ti…
- Pero profe yo no saqué las hojas de su asignatura. Yo lo quiero a Ud.
Siento mi alma en un hilo al ver actos estúpidos en estudiantes, y a la vez, una sociedad que “explícitamente” les brinda conocimientos y tecnologías al alcance de sus manos e “implícitamente” los corrompe con entornos insanos.
En ocasiones, cuando estoy con los/as escolares, me he preguntado si soy un gendarme o un docente. Hay estudiantes que sienten una apatía por el “curriculum académico”, su infancia y juventud carecen de entornos nutritivos. Ellos/as requieren que la educación responda otras necesidades que la humanidad demanda que desarrollen, tales como: socialización, resiliencia, vida sana e inteligencia emocional.
Es importante que exista confianza entre profesor/a-alumno/a si queremos lograr un aprendizaje vital. Sé que tengo que re-construir la confianza con Scarlett, pues continúa como alumna en el curso. Y me alegra este hecho, ya que nos puede permitir encontrar otros senderos para superar el conflicto.
Esta experiencia reforzó en mí un aprendizaje vital que vivencié este año con otro “niño”: como profe y/o adulto tengo la responsabilidad de “vivir feliz”, íntimamente y comunitariamente.
Estaba con el progenitor, conversando acerca de las actitudes agresivas e inadaptadas del alumno, y cuando el papá intentó expresar una amonestación, el muchacho le increpó:
- “No tienes nada que decirme. No tienes moral… Eres un narcotraficante… Te ganas la vida vendiendo drogas…”
Cuando nos percatamos que faltaban hojas de calificaciones y registros de la clase en el “Libro” del curso; nos inquietamos, nos preguntábamos cómo pudo ocurrir. Hubo voces que cuestionaron al profesor/a que custodiaba en ese instante el “Libro de clases”, pues es él/ella quien lo utiliza para registrar asistencia, notas y los aprendizajes de la clase y los/as alumnos/as no pueden acceder a él.
Se conocieron los motivos y las circunstancias del hecho. Fue así que me enteré, que en mi clase había ocurrido uno de los acontecimientos. Estupor y perplejidad fue mi primera reacción, por primera vez en mis años de experiencia docente que me sucede un hecho así; aunque no es un caso aislado, pues ha ocurrido otras veces. Incluso hace unos meses atrás a una profesora le sustrajeron el “Libro” desde la sala de clases y apareció al día siguiente en el baño de alumnos. La docente término mal, pues hubo voces que la encontraban a ella como responsable y no a los alumnos que habían incurrido en el hecho.
Es una evidencia que esta generación de estudiantes es muy diferente a otras antiguas generaciones. Recuerdo que cuando niño corríamos a saludar a los pasajeros del tren cada vez que pasaba por el barrio: nos uníamos, público y viajeros, en ademanes de bienvenidas. Ahora “los niños” compiten por ser los primeros en tirar piedras al tren. En pocos años “mi mundo” cambió una enormidad. ¿Cómo?... ¿Por qué?... ¿Cuándo?...
- ¿Por qué?- pregunté
- Tengo malas notas.
- ¿Cómo lo hiciste?
- Cuando Ud. fue a responder las dudas de mis compañeras, tuve la oportunidad de sacar las hojas del libro.- respondió.
- Yo confiaba en ti…
- Pero profe yo no saqué las hojas de su asignatura. Yo lo quiero a Ud.
Siento mi alma en un hilo al ver actos estúpidos en estudiantes, y a la vez, una sociedad que “explícitamente” les brinda conocimientos y tecnologías al alcance de sus manos e “implícitamente” los corrompe con entornos insanos.
En ocasiones, cuando estoy con los/as escolares, me he preguntado si soy un gendarme o un docente. Hay estudiantes que sienten una apatía por el “curriculum académico”, su infancia y juventud carecen de entornos nutritivos. Ellos/as requieren que la educación responda otras necesidades que la humanidad demanda que desarrollen, tales como: socialización, resiliencia, vida sana e inteligencia emocional.
Es importante que exista confianza entre profesor/a-alumno/a si queremos lograr un aprendizaje vital. Sé que tengo que re-construir la confianza con Scarlett, pues continúa como alumna en el curso. Y me alegra este hecho, ya que nos puede permitir encontrar otros senderos para superar el conflicto.
Esta experiencia reforzó en mí un aprendizaje vital que vivencié este año con otro “niño”: como profe y/o adulto tengo la responsabilidad de “vivir feliz”, íntimamente y comunitariamente.
Estaba con el progenitor, conversando acerca de las actitudes agresivas e inadaptadas del alumno, y cuando el papá intentó expresar una amonestación, el muchacho le increpó:
- “No tienes nada que decirme. No tienes moral… Eres un narcotraficante… Te ganas la vida vendiendo drogas…”
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