A través del tiempo y las culturas, los elefantes son personajes predilectos en nuestras narraciones. Admiro la fuerza, el volumen y las costumbres que poseen. Su denominación científica es Elephantidae, se dice que tienen una buena memoria y son capaces de reconocer los cadáveres de su misma especie, e incluso, aquellos que han sido miembros de su manada, su sonido característico se denomina barrito; actualmente solo quedan tres tipos de especies que habitan en dos continentes.
Hace tiempo llegó a mis manos este relato que comparto contigo ahora y espero que su narración sea tan reveladora como lo fue para mí. Suele suceder que nos comportemos como el elefante del relato: vivimos atados a estacas, creencias que limitan y distorsionan nuestra identidad. He escuchados más de una vez decir a un estudiante: “No puedo aprender este contenido”, “No soy capaz”. Han registrado en la memoria un fracaso ocasional que se ha eternizado en sus mentes. Aprendamos a vivir en libertad, que las “estacas” que nos imponen o imponemos no nos impidan recordar a cada instante nuestra identidad, nuestra esencia.
Disfruta la lectura y recréate en ella.
“Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales.
También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿qué lo mantiene entonces?, ¿por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté, entonces, a algún maestro, a algún padre, o algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado… ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
‘El elefante de circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño.’
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguía…
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal acepto su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que NO PUEDE.
El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…”
(Que me disculpe el autor/a pero lo he olvidado, por eso no lo menciono)
Hace tiempo llegó a mis manos este relato que comparto contigo ahora y espero que su narración sea tan reveladora como lo fue para mí. Suele suceder que nos comportemos como el elefante del relato: vivimos atados a estacas, creencias que limitan y distorsionan nuestra identidad. He escuchados más de una vez decir a un estudiante: “No puedo aprender este contenido”, “No soy capaz”. Han registrado en la memoria un fracaso ocasional que se ha eternizado en sus mentes. Aprendamos a vivir en libertad, que las “estacas” que nos imponen o imponemos no nos impidan recordar a cada instante nuestra identidad, nuestra esencia.
Disfruta la lectura y recréate en ella.
“Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales.
También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿qué lo mantiene entonces?, ¿por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté, entonces, a algún maestro, a algún padre, o algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado… ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
‘El elefante de circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño.’
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguía…
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal acepto su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que NO PUEDE.
El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…”
(Que me disculpe el autor/a pero lo he olvidado, por eso no lo menciono)
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