En semana santa, una reflexión que quiero comunicar, es una de las experiencias que siempre me ha cautivado y que dentro de mi ignorancia, la he catalogado como un “despertar” o “resurrección” de mi espíritu.
He estado “muerto” en incontables ocasiones, algunas de ellas en el umbral de la muerte definitiva. No obstante, también he “resucitado” en múltiples casos y ha sido porque “alguien” me ha entregado su verdad, su palabra viva, su luz. Y esta voz ha exhortado a mi espíritu para que continúe con su misión. Y he tenido que levantarme, recoger mis ropajes y seguir viviendo con “mi verdad”, intentando colocar una luz más en el universo.
Siento yo que como profesor, tengo una gran responsabilidad…comunicar a mis alumnos/as mis palabras vivas para ser intermediario de otras “resurrecciones”. Aunque a veces parece que mi voz clama en el desierto, pero he encontrado un propósito y he de ser fiel a él.
Tengo que confesar que soy creyente, creo que existe un “Dios” cuya identidad se ha manifestado en innumerables nombres y cuyo amor es inconmensurable.
Y en los evangelios encuentro un relato con una riqueza enorme, que quiero asociar con la “resurrección humana”. El apóstol Juan nos entrega un texto de profunda sabiduría, por eso lo transcribo in extenso.
“Había un enfermo, Lázaro de Betania, de la aldea de María y Marta, su hermana. Era esta María la que ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo. Enviaron pues las hermanas a decirle: Señor, el que amas está enfermo. Oyéndolo, Jesús dijo: Esta enfermedad no es de muerte sino para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro. Aunque oyó que estaba enfermo, permaneció en el lugar en que se hallaba dos días más, pasados los cuales dijo a los discípulos: Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le dijeron: Rabbí, los judíos te buscan para apedrearte, ¿y de nuevo vas allá? Respondió Jesús: ¿No son doce las horas del día? Si alguno camina durante el día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Esto dijo y después añadió: Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero yo voy a despertarlo. Dijéronle entonces los discípulos: Señor, si duerme, sanará. Hablaba Jesús de su muerte, y ellos pensaron que hablaba del descanso del sueño. Entonces les dijo Jesús claramente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis, pero vamos allá. Dijo, pues, Tomás, llamado Dídimo, a los compañeros: Vamos también nosotros a morir con El.
Fue, pues, Jesús y se encontró con que llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Estaba Betania cerca de Jerusalén, como unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a Marta y María para consolarlas por su hermano. Marta, pues, en cuanto oyó que Jesús llegaba, le salió al encuentro, pero María se quedó sentada en su casa. Dijo, pues, Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano; pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará. Díjole Jesús: Resucitará tu hermano. Marta le dijo: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Díjole Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees tú esto? Díjole ella: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que ha venido al mundo.
Diciendo esto, se fue y llamó a María, su hermana, diciéndole en secreto: El maestro está ahí y te llama. Cuando oyó esto, se levantó al instante y se fue a El, pues aún no había entrado Jesús en la aldea, sino que se hallaba aún en el sitio donde le había encontrado Marta. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, viendo que María se levantaba con prisa y salía, la siguieron, pensando que iba al monumento para llorar allí. Así que María llegó donde Jesús estaba, viéndole, se echó a sus pies, diciendo: Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano.
Viéndola Jesús llorar, y que lloraban también los judíos que venían con ella, se conmovió hondamente y se turbó, y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Dijéronle: Señor, ven y ve. Lloró Jesús, y los judíos decían: ¡Cómo lo amaba! Algunos de ellos dijeron: ¿No pudo éste, que abrió los ojos del ciego, hacer que no muriese? Jesús otra vez conmovido en su interior, llegó al monumento que era una cueva tapada con una piedra. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Díjole Marta, la hermana del muerto: Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios? Quitaron, pues, la piedra y Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, te doy las gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea, lo digo, para que crean que tú me has enviado. Diciendo esto, gritó con fuerte voz: Lázaro, sal afuera. Salió el muerto, ligado con fajas de pies y manos y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Soltadlo y dejadlo ir.”
(Jn 11, 1 – 44)
He estado “muerto” en incontables ocasiones, algunas de ellas en el umbral de la muerte definitiva. No obstante, también he “resucitado” en múltiples casos y ha sido porque “alguien” me ha entregado su verdad, su palabra viva, su luz. Y esta voz ha exhortado a mi espíritu para que continúe con su misión. Y he tenido que levantarme, recoger mis ropajes y seguir viviendo con “mi verdad”, intentando colocar una luz más en el universo.
Siento yo que como profesor, tengo una gran responsabilidad…comunicar a mis alumnos/as mis palabras vivas para ser intermediario de otras “resurrecciones”. Aunque a veces parece que mi voz clama en el desierto, pero he encontrado un propósito y he de ser fiel a él.
Tengo que confesar que soy creyente, creo que existe un “Dios” cuya identidad se ha manifestado en innumerables nombres y cuyo amor es inconmensurable.
Y en los evangelios encuentro un relato con una riqueza enorme, que quiero asociar con la “resurrección humana”. El apóstol Juan nos entrega un texto de profunda sabiduría, por eso lo transcribo in extenso.
“Había un enfermo, Lázaro de Betania, de la aldea de María y Marta, su hermana. Era esta María la que ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo. Enviaron pues las hermanas a decirle: Señor, el que amas está enfermo. Oyéndolo, Jesús dijo: Esta enfermedad no es de muerte sino para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro. Aunque oyó que estaba enfermo, permaneció en el lugar en que se hallaba dos días más, pasados los cuales dijo a los discípulos: Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le dijeron: Rabbí, los judíos te buscan para apedrearte, ¿y de nuevo vas allá? Respondió Jesús: ¿No son doce las horas del día? Si alguno camina durante el día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Esto dijo y después añadió: Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero yo voy a despertarlo. Dijéronle entonces los discípulos: Señor, si duerme, sanará. Hablaba Jesús de su muerte, y ellos pensaron que hablaba del descanso del sueño. Entonces les dijo Jesús claramente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis, pero vamos allá. Dijo, pues, Tomás, llamado Dídimo, a los compañeros: Vamos también nosotros a morir con El.
Fue, pues, Jesús y se encontró con que llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Estaba Betania cerca de Jerusalén, como unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a Marta y María para consolarlas por su hermano. Marta, pues, en cuanto oyó que Jesús llegaba, le salió al encuentro, pero María se quedó sentada en su casa. Dijo, pues, Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano; pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará. Díjole Jesús: Resucitará tu hermano. Marta le dijo: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Díjole Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees tú esto? Díjole ella: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que ha venido al mundo.
Diciendo esto, se fue y llamó a María, su hermana, diciéndole en secreto: El maestro está ahí y te llama. Cuando oyó esto, se levantó al instante y se fue a El, pues aún no había entrado Jesús en la aldea, sino que se hallaba aún en el sitio donde le había encontrado Marta. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, viendo que María se levantaba con prisa y salía, la siguieron, pensando que iba al monumento para llorar allí. Así que María llegó donde Jesús estaba, viéndole, se echó a sus pies, diciendo: Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano.
Viéndola Jesús llorar, y que lloraban también los judíos que venían con ella, se conmovió hondamente y se turbó, y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Dijéronle: Señor, ven y ve. Lloró Jesús, y los judíos decían: ¡Cómo lo amaba! Algunos de ellos dijeron: ¿No pudo éste, que abrió los ojos del ciego, hacer que no muriese? Jesús otra vez conmovido en su interior, llegó al monumento que era una cueva tapada con una piedra. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Díjole Marta, la hermana del muerto: Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios? Quitaron, pues, la piedra y Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, te doy las gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea, lo digo, para que crean que tú me has enviado. Diciendo esto, gritó con fuerte voz: Lázaro, sal afuera. Salió el muerto, ligado con fajas de pies y manos y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Soltadlo y dejadlo ir.”
(Jn 11, 1 – 44)
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