enero 24, 2007

Las muletas


La lectura es compañía; puede ser grata o despreciable; es como un amigo/a que nos habla al corazón, más que inflar nuestro ego nos proporciona verdades y nos orienta hacia nuestra esencia, desvela la realidad, despierta; en cambio, otras son como un enemigo/a, que nos asecha, confunde y nos hunde en la oscuridad.

¿Cómo reconocer una de otra?... La experiencia junto al conocimiento nos proporciona sabiduría y con ella el criterio de discernir la apariencia de lo real, lo honesto de la falsedad, etc.

Un buen texto se puede re-leer varias veces y cada vez será como la primera vez; que nos intima, y se torna en un pozo de pensar, sentir y actuar.

La lectura es alimento…, por eso, quiero compartir esta historia sufi contigo. Si algo vibra dentro de ti, está bien y si no sucede nada, también, bien... Basta de bla-bla y comencemos el relato:


“Una vez un hombre se lastimó una pierna. Tuvo que caminar con una muleta. Esta muleta le resultaba muy útil, tanto para caminar como para muchas otras cosas. Enseñó a toda su familia a usar muletas, transformándose pronto en un objeto utilizado en la vida diaria. Era parte de la ambición de todos el llegar a poseer una muleta.

Algunas estaban hechas de marfil, otras adornadas con oro. Se abrieron escuelas para enseñar su uso; fueron creadas cátedras para ocuparse de los aspectos superiores de esta ciencia.

Unas pocas, muy pocas, personas empezaron a caminar sin muletas, Esto era considerado escandaloso, absurdo. Además existían tantos usos para las muletas. Algunos protestaron y fueron castigados. Trataron de demostrar que una muleta podía ser usada a veces, cuando fuese necesario, o que muchos de los usos que se le daban a las muletas podrían ser suministrados de otras formas. Pocos escucharon.

Para vencer los prejuicios, algunas personas que podían caminar sin ellas comenzaron a actuar de una manera totalmente diferente a la establecida por la sociedad. No obstante, seguían siendo pocos.

Cuando se descubrió que, habiendo usado muletas durante tantas generaciones, pocas personas podían, de hecho, caminar sin ellas, la mayoría ‘demostró’ que eran necesarias.

‘Aquí - dijeron - tenemos un hombre. Traten de hacerlo caminar sin muletas. ¿Ven? No puede.’

‘Pero nosotros estamos caminando sin muletas’, les recordaron los que caminaban normalmente.

‘Eso no es cierto, es una mera fantasía de ustedes’, dijeron los tullidos, que para entonces también estaban volviéndose ciegos; ciegos porque se rehusaban a ver.”

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