diciembre 27, 2006

No sabía qué decir...


Somos seres de relatos, de cuentos, de historias… la palabra es una materia prima para crear o destruir realidades. Vivimos narrando o escuchando “cuentos”, propios o ajenos; dependemos tanto de estos relatos, que incluso nos contamos a nosotros(as) mismos(as) historias cuando no encontramos un(a) samaritano(a) piadoso(a) que nos entregue su historia. Nuestra existencia es una fábula.
Por eso, quiero compartir esta tradición de la sabiduría sufi y como se dice en los evangelios: “…quien tenga oídos, que oiga.”

“Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudím, que en verdad no sabía qué decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo. Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:
- Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán qué es lo que yo tengo para decirles.
La gente dijo:
- No... -¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos. ¡Háblanos!
Nasrudím contestó:
Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber qué es lo que YO vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.
Dijo esto, se levantó y se fue.
La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudím se alejaba, dijo en voz alta:
- ¡Qué inteligente!
Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no sentirse un idiota uno repite: "¡Sí, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a repetir:
- ¡Qué inteligente!
- ¡Qué inteligente!
Hasta que uno añadió:
- Sí, qué inteligente, pero... qué breve.
Y otro agregó:
Tiene la, brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.
Entonces fueron a ver a Nasrudím. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.
Nasrudím dijo:
- No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.
La gente dijo:
- ¡Qué humilde!
Y cuanto más Nasrudím insistía en que no tenía nada para decir, más la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudím accedió a dar una segunda conferencia.
Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia del día anterior. Nasrudím se paró frente al público e insistió en su técnica:
- Supongo que ustedes ya sabrán qué he venido a decirles.
La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia-, así que todos dijeron:
- Sí, claro, por supuesto que lo sabemos. Por eso hemos venido.
Nasrudím bajó la cabeza y añadió:
- Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.
Se levantó y se volvió a ir.
La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:
- ¡Brillante!
Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir:
- ¡Sí, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!
- ¡Qué maravilloso!
- ¡Qué espectacular!
- ¡Qué sensacional, qué bárbaro!
Hasta que alguien dijo:
- Sí, pero... mucha brevedad.
- Es cierto -se quejó otro.
- Capacidad de síntesis -justificó un tercero.
Y enseguida se oyó:
- Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos dé más de su sabiduría!
Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudím para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia.
Nasrudím dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenía conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenía que regresar a su ciudad. La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, Finalmente, Nasrudím aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia. Por tercera vez se paró frente al público, que ya eran multitudes, y les dijo:
- Supongo que ustedes ya sabrán qué he venido yo a decirles.
Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:
- Algunos sí y otros no.
En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudím con la mirada.
Entonces, el maestro respondió:
- En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben. Se levantó y se fue.”

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola profe,

no recordaba este cuento, pero me lo explicaron hace años.He leído varios de sus posts, y me gusta su forma de transmitir la realidad de las aulas.
He buscado su mail para contactar pero no lo he localizado.Le ruego contacte conmigo en ashesway@hotmail.com porque tengo una propuesta que hacerle.
Un cordial saludo,

Javiera A Vega Gutiérrez dijo...

jajjajaja, una narracion inteligente, bravo!

Drahcir dijo...

Hope y la oficina son bienvenidos, sus opiniones y aportes serán de gran utilidad. Por cualquier contacto, el correo:
elprofe.drahcir@gmail.com