febrero 01, 2009

El cántaro








“Se trata del YO. Mi cántaro querido y acostumbrado, el recipiente terreno de mi existencia, la conciencia acariciada de mi presencia en el mundo, la concha de mi ser. Lo que YO soy ante mí mismo y ante los que me conocen, mi memoria y mi pasado, mi personalidad y mi carácter, mis recuerdos y mis sueños. Todo lo que soy y me siento y me adivino. Mi propio ser. Mi YO.

Es todo lo que soy, claro, y por eso tiene tanta importancia para mí. Son todos mis ahorros, por así decirlo, y los cuido con esmero y los protejo con celo. Tienen que durarme toda la vida y, espero, toda una eternidad. Son mi única posesión, mi hacienda, mi todo. Soy YO mismo y, por eso, es tan valioso, tan único para mí este molde de mi ser. Es todo lo que tengo. Todo lo que soy. Lo más querido para mí.

Pero también veo que es algo bien limitado. Un trocito mínimo de existencia. Una mota de polvo. Un átomo en la creación. El cántaro, por bien trabajado que esté, es breve y escueto, y abraza sólo una porción reducida de espacio. Y también sé, con intuiciones de fe y proyecciones de esperanza, que ese espacio limitado está llamado a hacerse grande, a unirse con otros espacios en hermandad sentida, a abrirse a la creación entera y al Creador mismo en unidad mística de amor sustancial. El cántaro está llamado a hacerse firmamento. Lo sé y lo deseo.

¿Cómo se hará? Eso es lo difícil. Más que difícil, penoso. Se hará rompiéndose. Es la única manera. La condición del infinito es la ruptura de lo limitado. Quien quiera seguirme ha de negarse a sí mismo. Quien quiera salvar su alma, la perderá. Quien quiera conservar su cántaro se ahogará en él. Para abrirme he de dejar que se rompa. Y eso me duele. Me da miedo. Me causa la sensación de que voy a quedar desnudo, sin nada donde asirme. Sé que ése es el salto que me llevará a la vida. Pero me aterra la soledad del vacío. ¿Qué será de mí sin mi cántaro? Y ahora oigo un eco revelador de mi pregunta inquieta: ¿Y qué será de mí si me aferro a mi cántaro? No quiero quedarme enano. Más me vale confiar y saltar. Es el precio de la inmensidad.

Es egoísmo, es apego, es miedo. Es el YO que se niega a bajar del trono, a dejar las riendas, a abandonar el centro del círculo. Lo ha sido todo siempre y teme que sin él nada va a funcionar. No le faltan argumentos, datos, persuasiones. Le sobre razón. Pero en el fondo sabe que él mismo sobra y que su retirada humilde es el comienzo de la verdadera salvación. Es preciso que Él crezca y que YO disminuya. Que Él sea todo en mí y que YO me retire para dejarle sitio. Que YO rompa mi cántaro para que me llene su infinitud. Lo sé con la sabiduría de Oriente y Occidente que coinciden en señalar al YO como el obstáculo definitivo para la liberación final. Pido el coraje para dar el paso.

Cántaro querido, déjame que te rompa con cariño. Créeme, por favor: es lo mejor que nos puede pasar.

Cuando el cántaro se rompe
su espacio se hace infinito
.”


Carlos G. Vallés