julio 20, 2008

El Pedagogo de la Incertidumbre II




Segunda Parte


El Pedagogo de la Incertidumbre es aquel que desde la vocación se permite ser libre, creativo, humano, reflexivo, comprometido, inteligente y ético; cedo al impulso de comunicar algunas ideas sobre su actuar pedagógico:

• No impone un camino a seguir, sino despierta en sus aprendices el sendero que cada uno debe eternizar.
• Cree que la dualidad enseñanza-aprendizaje no se da exclusivamente en las aulas, sino que es una capacidad innata que nos acompaña en todo lugar y tiempo.
• No desea responder todas las interrogantes, sino generar en sus aprendices las preguntas certeras para motivar la propia indagación.
• No huye de la inseguridad, sino proporciona libertad y conciencia para construir una verdadera seguridad.
• No acusa al otro, sino que se responsabiliza de su pensar, sentir y actuar; pues comprende que es la senda auténtica del cambio personal y comunitario.
• No sólo indica su disciplina, sino enseña a aprender de cada vivencia ya que más que formar un guía o profesional busca crear personas sabias.
• Rechaza los relatos rígidos, más bien estimula la actitud de crear, relacionar y discernir los innumerables textos que existen en la comunidad de seres vivos.
• Lucha contra la ignorancia y la incapacidad, pues comprende que son lastres en la evolución de la humanidad.
• Sin imponer un modelo de vida, coopera en construir “la brújula” que nos permita interpretar “el mapa de la realidad”.

En las estaciones actuales, la educación ha transitado de lo esotérico a lo exotérico, del monasterio hemos pasado a la urbe; no deseo emitir un juicio de valor sobre el fenómeno, sino más bien asimilar un hecho inevitable en el caminar de la humanidad. No obstante, este suceso nos enfrenta a un cuestionamiento ético: ¿inclusión o exclusión?

Es paradójico descubrir que mientras más “avanzamos”, se revelan más variedades de marginación. Sí, hoy somos muchos más los marginados o marginales.

La sola presencia de alumnos, docentes y padres en las escuelas, no nos habla de inclusión, sino a veces más expresa exclusión. Entre las más frecuentes utilizada en educación están: la de tipo social, económica, la carencia de aprendizaje y la más dramática, la exclusión del “sentido existencial”.

Frente a la disyuntiva, personalmente me inclino más por la inclusión y asumo que el Pedagogo de la Incertidumbre es un ferviente defensor de esta postura. Comparto con otros autores los principios que deben orientar la inclusión:

1.- Equidad: todos están invitados a participar en las aulas: los talentosos y los necios, los con o sin dinero. Los niños o jóvenes actuales ¿son humanos o mutantes? Nuestro destinatario es el “otro”, humano al igual que uno mismo. ¿Se imaginan un sistema de salud que sólo atienda a los sanos? o ¿Qué algunos médicos tomen en cuenta a los enfermos mientras otros se marginan? ¿Es esto un sistema “exitoso”? La inclusión debería representar un indiscutible desafío para todos los docentes y no sólo para aquellos que por vocación o ubicación han optado por el trabajo con los excluidos. ¿Queremos una comunidad con más cárceles o escuelas?

2.- Calidad: el Pedagogo de la Incertidumbre tiene que “atestiguar” el aprendizaje. No se trata de llenar con contenidos a los estudiantes o ser un latero, ni tampoco de prepararlos para “validar pruebas”. La calidad implica un diseño nuevo y novedoso de la gestión pedagógica tanto en lo micro como en lo macro; donde la autonomía, la evaluación, el clima, el trabajo y las redes estén al servicio del aprendizaje. Ante la incertidumbre superemos el impulso reptiliano de huir o luchar; atrevámonos a innovar y aprender de la experiencia, quizás descubramos otras realidades más ventajosas. En respuesta a su circunstancia, cada comunidad, en coordinación con otras, formule sus propios parámetros de mejoramientos. Calidad no es más que cada día “ser más humano”, un re-descubrir la sabiduría y el conocimiento como patrimonio valioso de la humanidad.

3.- Incertidumbre: este principio es quizás el mayor desafío que la educación debe enfrentar. Con equidad y calidad continuamos en los márgenes de lo “cuantitativo”, sólo con el tercer principio conseguiremos dar un paso “cualitativo” que posibilitará un gran salto evolutivo de la humanidad. Hoy tenemos los instrumentos para liquidar todo rastro de vida aquí y en cualquier lugar. ¿Seremos los últimos peregrinos o podremos heredar a otros nuestros aprendizajes, en este sendero que la humanidad ha construido? El “vacío existencial”, la “sociedad de consumo” que hemos erigidos deben ser confrontadas con “conciencia”. No se trata de un adoctrinamiento, sino que apunta a valorar el legado espiritual de la humanidad y construir caminos “humanizantes” para la escenario actual: éticos, trascendentes, tolerantes, ecológicos, etc. Valorar, descubrir y desarrollar la multiplicidad de identidades que se enmarcan dentro de un tejido que se extiende en la humanidad.

El Pedagogo de la Incertidumbre tiene certeza que acrecentando sus talentos, su compromiso, su función protectora y su vocación podrá “incluir” en las aulas no sólo individuos sino también conocimientos, valores y razones existenciales.




julio 06, 2008

El Pedagogo de la Incertidumbre I






Primera Parte.

Quiero central mi texto en un actor fundamental del proceso educativo, sin desmerecer los otros animadores que participan en la educación: el educador/a. Hoy en mi país hay un debate “caliente” acerca del sistema educativo que se desea implementar para las generaciones de ahora y mañana.

Una reflexión ineludible, pocos se atreven a discutir, es señalar la “misión y visión” del docente en la sociedad contemporánea. Como profesor diariamente convivo con alumnos en las aulas… me he preguntado varias veces: ¿para qué existo ahora? ¿Cómo soy como educador? ¿Por qué estoy en esta aula? ¿Qué significado tiene el otro? Por eso, urge reflexionar y responder:

¿De cuántas cosas el educador/a y las organizaciones educativas no se responsabilizan porque no saben, no pueden, no quieren o no les corresponde hacerse cargos?

Somos parte de esta estación; vivimos una época inestable, veloz, incierta, con descomunales cambios y con un asombroso descuido existencial, que una de sus señas es la fragmentación de las diversas instituciones culturales (familia, escuela, poderes públicos, instituciones, etc.). Lo anterior ha negado al educador que sea el necesario relato y refugio de sus estudiantes, y muchos de los hechos que confrontamos no son sino presagios de este “vacío existencial” que nos custodia en nuestro tiempo.

Los seres humanos necesitamos hábitat de amparo y regazo para poder ascender, que nos permitan construirnos como seres y, además, posibilitar valores, formular las preguntas vitales de toda existencia, habilitar la socialización y las identificaciones personales y culturales.

Las aulas modernas no tienen el destinatario de antaño, un nuevo perfil surge, algunos autores hablan de generación X y generación Y. Son individuos que se enfrentan a una realidad confusa e individualista, viven en casas vacías, con padres ausentes, expuestos a una amplia información, dependiente de los medios, su pensamiento se desarrolló con el “zapping”, con una actitud ociosa y un extenso tiempo disponible para satisfacer sus placeres.

El estudiante, las aulas y el docente son inciertos en estos momentos. Es trascendental que el profesor tenga una postura creativa, humana y vital ante esta situación:

Cómo responde el educador cuando su destinatario es:

• un muchacho que ejecuta o sufre “grooming”,
• un estudiante que se droga,
• una niña embarazada,
• un niño que ha abandonado a su familia para vivir en una “tribu urbana”,
• un adolescente que se descontrola los fines de semana,
• un joven que prefiere exclusivamente una fiesta a cualquier propuesta formativa,
• un estudiante que se interesa más por los grupos de música que por cultivar las letras o las ciencias.
¿Si los acontecimientos corren velozmente sin que lo podamos digerirlos?
¿Si cualquier medio es lícito para conseguir lo que se desea?
• ¿Si la comunicación preferida son los mensajes de texto de celulares, el chat y el correo electrónico?

¿Si la forma de acceder a la realidad es a través de la “tecnofilia”?

En nuestros días, la vida no está en las aulas, sino en otros fragmentos; actualmente existen otros agentes y formas de enseñar que se suman o compiten con el educador. El profesor/a enseña, pero no lo enseña todo; sin él también se aprende.

Si somos honestos, tendremos que reconocer en nuestros días que el educador/a no es garantía de nada, e incluso, puede ser un factor inhibidor del crecimiento personal y social del alumno/a.

Una dificultad evidente y radical es que el pedagogo no puede enseñar lo que nunca aprendió. No sabe porque no aprende. Hay aspectos de la realidad que el educador/a solamente puede limitarse a enunciarlas.

En otras estaciones, de alguna manera los educadores establecían un vínculo necesario y obligado con el mundo de la cultura, del saber, del conocimiento, en definitiva, con el mundo de la vida. Con injusticia o justamente, un hecho bastante trágico es que los educadores hemos perdido la autoridad social de legitimar la enseñanza necesaria, transformándose esto en un hecho significativo y determinante de la educación de la época actual.

Es perentorio lograr cambios que no sólo se queden en los planes y programas, sino que produzcan transformaciones en nosotros mismos como maestros y, sólo así, se dará el primer paso para aulas educativas diferentes. Estos cambios implican nuevos paradigmas que se traducen en crear nuevas prácticas y compromisos, nuevas formas de relacionarse y pensar, otra gestión de la enseñanza y del aprendizaje, otra convivencia que supere lo arbitrario o lo históricamente establecido.

No hay enseñanza posible si el educador no cree que:

• “el otro” puede mejorar y cambiar,
• el mundo puede ser más habitable y humano,
• cada uno de nosotros es digno y puede ser amante del prójimo.

Hoy urge un tipo de educador que se enfrente a la incertidumbre; que ofrezca no sólo su disciplina, sino también una formación en la sabiduría de vivir, que sea un gestor de diseños de aprendizajes.